Eran las 9:30 de una mañana gris de febrero. Él estaba sentado en su cama deshecha mirando por el enorme ventanal, que hacía de su habitación un escaparate para los pocos pájaros que pasaban por ahí en ese momento.
Estaba cabizbajo preguntándose cuál sería su último pensamiento. Era consciente de que era insignificante ante el paso que iba a dar. Miró hacia su derecha, y se quedó mirando la foto que estaba en su mesa de noche. Se levantó y la cogió para mirarla detenidamente. Caminando por su enorme habitación sólo hacía que fijarse en su foto, esa era la última vez que la iba a ver. No podía dejar de sentirse culpable y abatido. Se daba pena a sí mismo. Se agachó para mirar la foto y su última lágrima cayó violentamente por el rostro de ella, igual que la noche en la que le abrió su corazón de par en par… pero en aquel momento obtuvo respuesta. Dejó la foto encima de la mesa de noche y la puso cara al ventanal para que pudiera ver su cobardía desde primera fila.
Se tumbó en la cama boca abajo, y el aroma de ella hizo que sus glándulas lacrimales segreguen tristeza de nuevo. Inspiró todo lo profundamente que sus pulmones le permitieron. En esos tres segundos, cientos de recuerdos aturdieron su mente, cosa que le hacía sentir aún más prescindible. Mantuvo su fragancia dentro de él todo lo que pudo. Era la última vez que su olfato iba a invocar su presencia. Se dio la vuelta y recordaba las eternas noches a su lado sin poder dormir, en la misma posición que estaba en ese momento, pero pudiendo cogerle su suave mano disipando así la falta de sueño. Cerró los ojos y decenas de recuerdos que jamás podría revivir iban y venían. Allí tumbado sólo oía la voz de la ignorancia, el himno de la cobardía, la sinfonía de la tristeza… era todo silencio.
Decidió poner su canción favorita a todo volumen, aquella que tantas veces habían bailado, con la que habían discutido, con la que habían hecho el amor por primera vez… era la mejor canción del mundo. Sentía agonía en ese momento, pero la canción le calmó, le dio más razones para hacerlo. Se dirigió al ventanal y lo abrió todo lo que este le permitía. Entró un frio horroroso, pero le daba igual enfermar, él ya lo estaba.
Se apoyó en la pared más lejana al ventanal y se quedó mirando fijamente a aquel cielo gris y lluvioso. Las lágrimas volvieron a brotar con fuerza, el cuerpo le temblaba cómo cuando hicieron el amor por primera vez en esa habitación, en esa cama y sonando esa canción. Mientras lloraba desconsoladamente, se sorprendía de no dudar lo que estaba haciendo. Veía en ese ventanal la puerta de escape de aquella tortura, nunca más… nunca más.
Sus temblorosas piernas empezaron a moverse todo lo rápido que podían, su dirección estaba clara, su destino también. Corría hacia aquel cielo gris y lluvioso, las dudas le inundaban pero él consiguió acallarlas imaginándose un futuro sin ella, un futuro oscuro y protervo que no quería conocer. Podía sentir el frío en su cara empapada de dolor, sus hinchados y rojizos ojos miraron por última vez ese rostro que nunca será capaz de olvidar. Ese rostro que lo supone todo para él y del que no contempla una vida sin poder verlo cada mañana y besarlo cada noche.
No podía dejar de sentirse culpable, repasó en décimas de segundo todos y cada uno de los errores que había cometido en su vida, pero ninguno le hacía sombra a ese, a ese error que ha supuesto que cometa la decisión más trágica que una persona puede tomar. Visualizar aquello le dio fuerzas para saltar al vacío con una seguridad y un convencimiento impropios de esa situación. Mientas sonaba su estrofa favorita de aquella mágica canción, que repetía una y otra vez “I know you are but what am I?”, saltó al vacío, hacia aquel punto sin retorno que haría desaparecer aquel rostro, aquel error… ese perpetuo sufrimiento.
El vértigo le paralizó, pero no consiguió quitarse aquella imagen de la cabeza, ni que se plantease que hubiese pasado si aquella noche no la hubiese conocido, si no hubiese ido a aquella fiesta, si no hubiese cogido el coche… Intentaba encontrar respuesta, pero su mente no contemplaba una realidad paralela en la que no estuviese ella.
Nunca más cometería errores, nunca más sufriría… jamás la volvería a recordar. Ese fue su fin. Una decisión cobarde pensarán algunos, exagerada pensarán otros, pero esa fue su decisión. Es demasiado tarde para hacerle entender las millones de posibilidades que el futuro le podía brindar, él las contemplaba, pero el dolor ganó la batalla… otra batalla de una eterna guerra.