Estoy en mi habitación vacía, fría, con fotos que me recuerdan tiempos mejores. Escucho música mientras miro por la ventana, y lo único que veo es nieve, viento y gente pasar escoltada por las luces de las farolas que pretenden ocultar la oscuridad. No sé qué me pasa, solo veo tu rostro plasmado en la gente que va de un lado a otro de la calle y eso hace que mi pulso se acelere. No puedo estar más tiempo parado en casa pensando y recordando, necesito verte, hablar contigo, explicártelo todo y hacerte mía otra vez.
En la calle hace mucho frío, mucho viento, pero mi corazón sube a más pulsaciones todavía cuando veo a la gente pasar confundiéndola contigo. No importa que sean altas, bajitas, rubias o morenas, a todas les pongo tu rostro y no lo puedo evitar. Mis extremidades demandan calor, pero el afán de encontrarte supera cualquier necesidad física. No sé qué te voy a decir, no sé cómo voy a reaccionar, me da igual, sólo quiero verte, olerte, oírte… sentirte a mi lado.
Voy caminando por una avenida enorme y vuelvo a ver tu rostro de lejos. Me acerco sigilosamente entre todos tus clones imaginarios y los latidos de mi corazón hacen temblar mi pecho como una vieja máquina de vapor. El desconsolado temblor no es causa del frío, sino de la estrecha distancia que nos separa. Si que eres tú. Esa es la cara que mi mente ha intentado destruir en incontables ocasiones y ese es el abrigo que te regalé y que hizo de tu boca un fiel reflejo de la felicidad. Te paras enfrente de una tienda a mirar el escaparate. Soy incapaz de dejar de mirarte. Empiezo a sospechar que esperas a alguien desde el otro lado de la calle, donde estoy medio escondido debajo de mi largo abrigo y mi gorro. El temblor va en aumento, al mismo ritmo casi que mis latidos.
Entre toda la gente de repente solo veo a un hombre, como si no hubiese nadie más en la calle. ¿Será a él a quien esperas?. Se te está acercando paso a paso, segundo a segundo. Justo en el momento de vuestro encuentro aparece un autobús entre ti y mi pequeña trinchera al otro lado de la calle. Pasan 30 segundos hasta que se mueve, y aparece lo que me temía. Era a él a quien esperabas. La esperanza se convierte en dolor, las ganas de verte se desvanecen pero necesito saber quién es. Ingenuamente pienso que es un amigo o un familiar, pero en el fondo lo sé. Voy detrás de vosotros, con mi temblor sintiendo miedo, rabia, dolor, todas las sensaciones negativas que un ser humano puede experimentar y experimentará.
Os veo cruzar una preciosa plaza nevada, poco iluminada y llena de hojas. Él se para en medio de aquella desierta plaza, tú le miras y os dais el beso con el que acabaría la película más romántica de la historia. Todo se ralentiza, no caen hojas, los coches apenas avanzan, la gente no camina… todo se convierte en una nube de estatuas. No hay sonido, no se oye a ese niño chillar detrás de esa paloma, ni a un enfurecido conductor hacer sonar su claxon, tampoco la música de las tiendas… sólo oigo mis lentos latidos siguiendo el ritmo de esa sinfonía de sufrimiento. Todo va más lento y sin sonido, pero mi cabeza piensa rápidamente cual es la forma idónea de desaparecer mientras observo el beso más largo y doloroso que jamás ha existido.
No quiero mirar, pero no puedo parar. Se me empiezan a nublar los ojos con las lágrimas que desprenden mis ojos. Estas hacen que la luz de las farolas se estiren como centenares de espadas apuntándome. Las deposito lentamente en mis fríos guantes, miro a mi paralizado alrededor y cuando vuelvo la vista hacia aquel punzante beso, veo que ya os habéis despegado. Estoy completamente paralizado, no me puedo mover, no puedo pensar, sólo soy capaz de mirar el dolor en estado físico unos metros más adelante representado por tu beso.
De repente te giras lentamente y me ves, pero sigo sin poder moverme. Nadie se mueve, solo tú. Tu expresión cambia radicalmente al percibirme. Es justo en ese momento cuando mi sistema motor empieza a funcionar y empiezo a correr. Me giro por última vez y veo como vienes hacia mí. Mis pulsaciones cobran una velocidad nunca antes conocida y empiezo a correr en dirección opuesta al dolor, sorteando las decenas de estatuas mudas de mi alrededor. Mi cara está empapada de sufrimiento, no se adonde ir, qué hacer… solo se una cosa, tengo que desaparecer. Cruzo la paralizada calle apenas sin mirar y justo en ese momento veo un coche al que en condiciones normales podría esquivar, pero me viene a la cabeza ese beso que ha hecho de mí un ser miserable y hundido. Sólo oigo un fuerte golpe.
Me despierto, pero no abro los ojos. Apenas hay sonidos distorsionados y noto mi cara mojada. Oigo con una claridad increíble pero de fondo la melodía más triste que un hombre puede conocer. Intento pedirte perdón, pero no puedo hablar ni moverme. El barco de Caronte está zarpando y no quiere que purgue mi alma, no quiere que te pida perdón... no quiere que volvamos a estar juntos. Tus llantos no le hacen rectificar... la decisión está tomada. Nunca te olvidaré... . Lo siento, he de desaparecer.